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Perspectivas del gobierno. Este es un libro pequeño, pero puede ofrecerle mucho. Puede darle una mirada histórica. Parece algo básico, pero muchas obras especializadas no la tienen. La mayoría de los escritores hablan del peronismo tomando solo un momento. Se quedan con la foto de un instante feliz y la proyectan en el tiempo. En los años noventa, muchos peronistas se sintieron traicionados porque las políticas de Menem no les parecían “peronistas”. El oficialismo respondió con una frase que hizo época: “Te quedaste en el ‘45”. La expresión era muy acertada.
Tipo: Apuntes
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Este es un libro pequeño, pero puede ofrecerle mucho. Puede darle una mi- rada histórica. Parece algo básico, pero muchas obras especializadas no la tie- nen. La mayoría de los escritores hablan del peronismo tomando solo un momen- to. Se quedan con la foto de un instante feliz y la proyectan en el tiempo. En los años noventa, muchos peronistas se sintieron traicionados porque las po- líticas de Menem no les parecían “pero- nistas”. El oficialismo respondió con una frase que hizo época: “Te quedaste en el ‘45”. La expresión era muy acertada. El ‘45 fue el momento feliz del peronismo, (a lo sumo el ‘46 también). Luego todo cambió. Entonces, ¿qué pasó antes? ¿Qué sucedió después? ¿Cuánto tuvo que pagar la clase obrera por ese pasajero momen- to de idilio? Un adelanto: todas las políticas de Menem tenían un antecedente en los dos primeros gobiernos peronistas: Menem envía tropas al Golfo a pedido de Estados Unidos, Perón intentó mandar soldados a Corea (a favor de los yanquis, claro). ¿Flexibilidad laboral? En 1955, el General organiza el Congreso de la Productividad con exactamente los mismos objetivos. ¿Privatizaciones? Perón vende la fábrica automotriz IAME a la firma norteameri- cana IKA. El peronismo de Perón no es lo que nos han contado. Un compañero pensará, ¿entonces, por qué la oposición de la burguesía, de los ricos, de los empresarios? Buena pregun- ta. La respuesta es simple: Perón era un bonapartista. ¿Un qué?, dirá usted. Un bonapartista. Pero no se asuste que no es tan complicado como suena. Un bonapartista es una persona que vie- ne de afuera del establishment. Por eso, puede prometer, con cierta verosimili- tud, renovar la vida política. También
Biblioteca de la UNI
suele presentarse como alguien neutral. Alguien que, en principio, no está asocia- do con los partidos tradicionales ni con los grandes intereses contrapuestos. El bonapartista se ofrece como árbitro en- tre esos intereses enfrentados. En el caso argentino, Perón se presenta como el mediador entre la clase obrera y la bur- guesía. Es decir, entre los trabajadores asalariados y sus patrones. Para jugar ese rol necesita, en primera instancia, el apoyo obrero. Por eso, como todo bona- partista, Perón inicia su carrera con un discurso mucho más radical del que tie- ne después. Cuando necesitaba conquis- tar a los trabajadores, el general “les ha- bla en comunista”, como él mismo dice, para ganarse su confianza. Pero, cuando ya los tiene en su bolsillo, es otro cantar. Desde entonces, la tarea del bonapartista es contener a su tropa. A la burguesía todo esto no le gusta. Una figura de este tipo puede contener una situación social explosiva, pero lo hace a través de una movilización social impor- tante. La burguesía, como clase domi- nante, es poco numerosa. No podría sos- tener su dominio ante una confrontación física masiva. Por eso, no le gusta que la gente esté en la calle, aunque sea en apo- yo de un programa conservador. Esto no es lo único que la burguesía teme. El bonapartista tiende a un go- bierno sumamente personal y acumula mucho poder. Puede usarlo para cam- biar la suerte económica de ciertos em- presarios. Bajo el peronismo, hay gente que de la nada amasa fortunas. Pero, a la inversa, hay otros que caen en desgracia. Unos ganan las concesiones del Estado que otros pierden. Unos consiguen im- portar mientras otras fábricas cierran por falta de insumos. Eso sin hablar de inspecciones, clausuras, expropiaciones. Todo al arbitrio de alguien que se cree un emperador, que baja o sube el pulgar a su antojo. Para colmo, Perón, gana poder a partir de un golpe de estado e intenta establecer una dictadura muy duradera. Aunque después gana elecciones, siem- pre queda el mismo resquemor: —¿El tipo este no querrá atornillarse al sillón de Rivadavia y gobernar toda su vida? —¿Vamos a poder seguir haciendo nego- cios o solo sus amigos se enriquecerán? Esto piensa la burguesía y, apenas pue- de, se lo saca de encima, golpe de esta- do mediante. ¿Cuándo puede hacer esto? Cuando el Bonaparte ha controlado a su tropa, la ha disciplinado, la ha desmovi- lizado. Cuando el obrero argentino va de su casa al trabajo y del trabajo a casa, la burguesía sabe que ya no tiene por qué soportar un Bonaparte. Este ha entrena- do al perro, ahora es cuestión de cambiar la mano que lleva la correa. En este texto usted va a poder seguir todo ese proceso. Incluso, las piezas claves del mismo que hasta hace poco no se cono- cían. Ningún gobernante hace públicas las intenciones detrás de sus campañas. Mucho menos cuenta cómo reprime. Esas cuestiones se ocultan, si se puede. Eso es algo que el peronismo hizo muy bien. Hay muchos datos cruciales que re- cién se conocieron hace poco, cuando se desclasificaron expedientes secretos del período. Atrás de este pequeño libro está la mayor investigación realizada hasta ahora sobre estos archivos. Por eso, estas pocas páginas pueden aportarle mucho. ¿Nos acompaña?
familiares con los sindicalistas sirve de nexo y allana el camino. De a poco las entrevistas se concretan, pero los progresos son lentos. Los gre- mios son cautelosos. No quieren desa- provechar las ventajas que se les brindan (no tantas por el momento), pero tampo- co desean atar su suerte a un gobierno de dudoso futuro. La represión estatal no ayuda tampoco a acallar sus recelos. A inicios de la década del cuarenta ni el anarquismo ni el socialismo conser- vaban un peso significativo dentro del movimiento obrero. En cambio, era la corriente denominada sindicalista la que tenía mayor desarrollo. Los sindicalistas creían que los gremios no debían involu- crarse en la vida política. Se jactaban de ser independientes de los partidos polí- ticos. Sin embargo, ya en el gobierno de Yrigoyen habían apoyado al presidente radical a cambio de mejoras coyuntu- rales. Los sindicalistas dirigían varios gremios importantes, como telefónicos o marítimos. Sus principales competido- res eran los comunistas, que se habían hecho fuertes en ramas industriales, como frigoríficos y textiles. En 1943 existían dos CGT: la CGT número uno, dominada por la corriente sindica- lista, y la CGT número dos, de orienta- ción comunista. Esta última fue clausu- rada por el gobierno militar al igual que los locales comunistas. Si bien la desgra- cia de su competencia beneficiaba a los sindicalistas, el hecho no podía dejar de generarles dudas y alimentar las suspica- cias sobre su propio futuro. Por eso, los primeros que ofrecen un apoyo incon- dicional a Perón no fueron los gremios constituidos, sino los sindicatos nuevos. Estos últimos dependían de la ayuda del Coronel para ponerse en pie y dar sus primeros pasos. En cambio, los gremios más antiguos te- nían más en juego y eran más cautelosos. Pese a que su orientación ideológica fa- vorecía su acercamiento, sopesaban con cuidado cada paso que daban. Las aspi- raciones de Perón no escapaban a nadie. Ya en esa época había armado un equipo de prensa propio destinado a publicitar sus acciones. Pero, por el momento la reticencia de los sindicalistas frustraba sus planes. Al cumplirse un año de la creación de la Secretaría de Trabajo se celebró un acto. Los dirigentes sindica- les concurrieron, pero sin sus bases. No le querían llevar público a Perón. El acto fue un fracaso, con muy poca concurren- cia pese al importante dinero invertido en publicidad. Perón quiere el apoyo obrero, pero su avance es muy lento. Gana simpatizantes entre gremios nuevos o sindicatos para- lelos. Pero no ha conquistado aun a los sindicalistas que dominan los gremios principales. Estos negocian con él, pero no se comprometen.
A inicios de 1944 se produce un movi- miento de fuerza dentro del mismo go- bierno militar. Un miembro del GOU, Edelmiro Farrell, asume la presidencia y Perón es nombrado Ministro de Guerra. Esto le permite aumentar su poder den- tro del Ejército. Promueve a sus acólitos, mientras da de baja o envía a sitios aleja- dos a sus oponentes. Con otras medidas gana la simpatía del personal de las fuer- zas: incrementa el presupuesto militar, aumenta los salarios. Generaliza el ser- vicio militar obligatorio. Por primera vez la gran mayoría de los jóvenes que cum- plían 18 años haría la colimba (antes no sucedía por falta de presupuesto). A partir del golpe de 1943, todo el apara- to represivo del Estado es reorganizado y se acrecientan las tareas de represión in- terna. Se crea la Policía Federal y, dentro
de ella, la Sección Especial destinada a combatir al comunismo y a toda activi- dad considerada subversiva. En 1930 se había creado una oficina similar. Pero ahora la iniciativa se retoma con mayor energía y presupuesto. Se crea una de- legación de la Sección Especial en cada provincia. Se profesionaliza y articula su trabajo a nivel nacional. Sobre todo, se le da vía libre a su accionar. Con el golpe militar, la Policía no tenía la obligación de respetar las libertades y garantías constitucionales. Según propias declara- ciones policiales, desde el golpe de esta- do la Policía no tenía traba alguna en su lucha antisubversiva. En todo el país se clausuran locales co- munistas, se cierran sus sindicatos y
Martínez Zuviría, famoso por escribir novelas llenas de odio hacia los judíos. Martínez Zuviría está decidido a im- pulsar la cruzada religiosa en la educa- ción. Interviene todas las universidades. Restablece la educación religiosa en las escuelas públicas y las aulas se llenan de crucifijos. En 1884 la ley 1.420 había establecido en la Argentina la educación gratuita, laica (no religiosa) y obligatoria. Durante casi 60 años la Iglesia había pe- dido que volviera a enseñarse catequesis en las escuelas públicas. Por fin se satis- facían sus reclamos y la Iglesia, agrade- cida, apoya con entusiasmo al gobierno La Iglesia se envalentona y va por más. El siguiente paso es eliminar a los docen- tes que no comparten sus sacrosantas creencias. Pronto hay una nueva ola de despidos que afecta especialmente a pro- fesores judíos, ateos y socialistas. Esta arremetida despierta una fuerte oposi- ción popular. En especial, llega a ser muy importante en zonas como las colonias judías de Entre Ríos. A regañadientes el gobierno da marcha atrás con algunas de estas cesantías. Pero prosigue la rees- tructuración católica de la educación.
El gobierno cree que la masa ciudadana debe ser disciplinada y las mentalidades deben ser transformadas. Los cambios educativos tienen esta finalidad. Pero no son las únicas medidas tomadas. El gobierno también interviene a través del control de los medios de comunica- ción y de la vida cultural en general. Los medios sufren censura, al igual que los artistas. Atahualpa Yupanqui no puede cantar en público. El film “El gran dicta- dor” de Charles Chaplin no puede verse en los cines. El lunfardo es prohibido en la radio y Catita, famoso personaje de Niní Marshall, deja de salir al aire acusa- do de deformar el lenguaje. El gobierno estaba realizando grandes esfuerzos por recrear la cultura nacional y católica de la patria como para permi- tir que nuevas camadas de inmigrantes la arruinaran. Para evitarlo, controló y seleccionó la inmigración. El ingreso de judíos no fue permitido. Esta polí- tica discriminatoria se mantuvo luego durante las dos presidencias de Perón. Durante las mismas se enviaron misio- nes a Europa para escoger y reclutar mi- grantes. En estas comitivas participaron sacerdotes encargados de verificar que los elegidos fueran verdaderos católicos.
Al principio, 1945 no es un buen año para Perón. El contexto internacional no lo ayuda. Alemania pierde la guerra. Eso envalentona a los opositores que recla- man la retirada de los militares y la con- vocatoria a elecciones. Otros empiezan a conversar con los políticos. Perón repre- senta el ala dura que procura sostenerse en el poder. En gran medida es por eso que la oposición se ensaña contra él. Perón trata de ganarse el apoyo de la bur- guesía. Habla a los terratenientes, halaga a los industriales, aclara sus intenciones en la Bolsa de Comercio. Es en vano. Por más que intente explicarles que actúa en defensa de las clases propietarias, ellas no le creen. Él promete salvarlos de los avatares de la lucha de clases, del fuego de la revolución. Ellos creen que él azuza el incendio que dice apagar. Para la bur- guesía, Perón es un bombero pirómano. El problema no se limita a la cuestión obrera. Es mucho más profundo que eso.
El tipo de gobierno que Perón impulsa no le conviene a la burguesía. No, salvo que esté desesperada y deba aceptarlo como última opción para mantener sus privilegios. Un señor feudal, además de sus campos y riquezas, tiene castillos, caballos, armas y caballeros. Es decir, un poder militar propio. Bajo el capita- lismo, cada burgués solo tiene su título de propiedad, es decir, una escritura, un papel. La burguesía se encontraría inde- fensa si el Estado que debe defender sus intereses, desarrollara una base material propia y lograra un mayor grado de auto- nomía frente a ella. Esto es lo que sucede precisamente con el fascismo. El fascis- mo no amenaza al sistema capitalista, pero si representa un peligro para em- presarios particulares. Un burgués pue- de dejar de serlo de la noche a la mañana si se le quita su propiedad. El fascismo tiene medios para hacerlo. Por eso, la burguesía teme esta forma de gobierno y solo la tolera como últi- mo recurso ante el quiebre del Estado. Pero esa no era la situación que se vi- vía en la Argentina. Si bien el Partido Comunista había crecido en forma no- table, la Argentina no estaba al borde de la revolución. Ningún burgués iba arries- garse a soportar un gobierno fascista a cambio de que combatiera un peligro inexistente. Por otra parte, Perón no les ofrece lo su- ficiente. Al igual que los gobiernos ante- riores, se financia de impuestos a la acti- vidad agraria. No ha de encontrar allí sus apoyos. Los industriales que crecieron antes de su llegada no sienten que le de- ben nada. La mayoría le da la espalda, in- cluso después de que gana las elecciones. Por eso, cuando es presidente interviene la Unión Industrial Argentina. Perón quería mediar entre obreros y em- presarios, ser querido y respetado por ambos. Pero, como los empresarios no lo apoyan, termina quedando más aso- ciado a los obreros. Al recibir críticas de otros sectores, para sostenerse en el poder necesita consolidar el principal apoyo que tiene. Por eso, amplía las con- cesiones a los obreros. Pero, esto mismo lo vuelve más sospechoso a los ojos de la burguesía. En 1945, acosado por los opo- sitores, Perón tiende nuevas redes para ganar el apoyo obrero. La oposición verá esto como un intento de reforzar su po- der personal. Para evitarlo redobla su militancia. En este proceso, en septiembre de 1945 se produce una manifestación masiva, la Marcha de la Constitución y la Libertad. Los manifestantes reclaman el traspa- so del gobierno a la Corte y la convoca- toria a elecciones. Ese día movilizaron juntos, y por el mismo programa, desde el radicalismo hasta el socialismo y el comunismo.
Desde el inicio del gobierno militar, en junio de 1943, se habían sucedido varios golpes, que terminaban con el desplaza- miento de ciertas figuras y la promoción de otras. Hasta octubre de 1945, Perón se había beneficiado de cada uno de estos movimientos de fuerza. Su suerte cam- bia en octubre de 1945, cuando una guar- nición de Campo de Mayo pide su desti- tución. El entonces presidente, Farrell, le suelta la mano y Perón presenta su renuncia. Pero la partida no está cerrada. Los mi- litares, que entregaron la cabeza de Perón para sostenerse ellos en el poder, ven que la oposición no se apacigua y temen que se los lleve puestos. Por eso, actúan de manera contradictoria. Le pi- den su renuncia, pero le dejan dar un discurso de despedida en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Es más, ese discurso
Junta Renovadora que presenta una lista en apoyo de la candidatura de Perón. Los nacionalistas de derecha también apoyan esta candidatura a través de la lis- ta de la Alianza Libertadora Nacionalista. El nacionalismo en realidad no tiene un peso significativo en esta etapa. Perón los considera piantavotos y prefiere mante- nerlos al margen durante la campaña. En cambio, otorga una importancia despro- porcionada a los dirigentes provenientes del radicalismo. Se trata de un grupo me- nor, sin figuras relevantes y sin una base social propia. Perón los infla para poder usarlos como contrapeso del laborismo. Perón en forma sistemática usa a los ex radicales para desplazar a los laboristas. Esto le permite diluir su sesgo obreris- ta, mostrando el apoyo de otras frac- ciones sociales. No es solo cuestión de marketing electoral. Necesita hombres dispuestos a obedecerle. Sin embargo, todavía precisa de los laboristas y actúa contra ellos en forma paulatina y sola- pada. Es vital asegurar el voto obrero y los laboristas, curtidos dirigentes sindi- cales, son una pieza clave del engranaje. De hecho, el Partido Laborista aporta el 70% de los votos. Antes de las elecciones, Perón aprieta, pero no ahorca. En busca del voto obrero, Perón lanza a fines del ‘45 una serie de promesas elec- torales. Algunas las cumple, como el aguinaldo; otras no, como la participa- ción obrera en las ganancias o el salario mínimo (esta es una conquista obrera de mediados de los ‘60). Alguien podría pen- sar que este despliegue no es necesario después del 17 de octubre, pero se equivo- caría. Todavía quedan importantes frac- ciones obreras no peronizadas. En Jujuy, por ejemplo, a fines de octubre del ‘ hay una huelga general provincial. Los huelguistas rechazan en repetidas oca- siones la intervención de la Secretaría de Trabajo y Previsión. Es decir, rechazan la mediación de los delegados de Perón. Solo tras un mes de desgaste y una fuerte represión (el asesinato por fuerzas poli- ciales del obrero Enrique Espinosa), los trabajadores ceden. También en Santa Fe, una importante fracción de los traba- jadores rurales desconfía de la Secretaría de Trabajo y Previsión y participa en 1945 en huelgas contra sus reglamentaciones. Parte de estos obreros mantendrá su ca- rácter opositor durante las presidencias de Perón. Informes oficiales, señalan que el comunismo es fuerte en Mendoza, y que en varias provincias el apoyo a Perón en las urnas depende de que se manten- ga el nivel de empleo. En las provincias la desocupación es muy alta y solo se la mantiene a raya gracias al empleo pú- blico. Perón gana las elecciones de 1946 con escaso margen, menos de 300. votos de diferencia. Necesitaba cada voto que pudiera juntar y a eso se dedicó en el verano de 1945-1946. Las concesiones al movimiento obrero fueron fundamen- tales para lograr el resultado, al igual que la inversión en obra pública para mante- ner el buen humor en el interior del país. Estas concesiones al movimiento obre- ro, en especial el aguinaldo, generan una fuerte oposición patronal. En realidad, la resistencia a la medida es más una cues- tión política que un intento de defender intereses empresariales. Durante 1945, el salario real había caído al compás de la inflación. Tanto es así que el primer aguinaldo apenas compensa la pérdida salarial de ese año. Es decir, en 1945 ac- túa como el bono adicional que algunos gremios reciben en épocas de mucha in- flación. En ese sentido, los empresarios no tienen motivos económicos para re- belarse. En verdad, se oponen a la candi- datura de Perón. En principio se niegan a pagar el aguinaldo, hasta que al final se ven obligados a hacerlo. Todo este conflicto contribuye a polarizar más la
elección. Con su campaña contra el agui- naldo los empresarios en vez de debilitar a Perón, lo favorecen reforzando su ima- gen obrerista. Pero la mayor “ayuda” para su campaña proviene del ex embajador norteameri- cano Spruille Braden. Este intenta per- judicarlo, pero termina favoreciéndolo. A una burda intervención de Braden en su contra, Perón responde con el eslo- gan “Braden o Perón”. Con ello, refuer- za su imagen nacionalista, consigue la simpatía de todos los que se oponen a la intervención norteamericana en asun- tos internos y gana el voto de muchos indecisos.
Tras el triunfo electoral Perón renueva el ataque contra los laboristas. Estos pier- den varias de sus bancas por manejos su- cios en el Colegio Electoral (en esa época no se votaba directamente diputados, sino electores que en el Colegio Electoral elegían a los diputados). Esto es solo un anuncio de lo que les espera. La mano viene difícil, pero los laboristas dan pelea. En el acto de asunción del go- bernador de Buenos Aires en la ciudad de La Plata Cipriano Reyes juega de local. Ante el disgusto del gobernador y el pre- sidente, Cipriano hace corear su nom- bre. Los gritos de “laborismo” y “Reyes, Reyes” tapan las palabras del goberna- dor. Cipriano es llevado en andas al palco y habla desde allí. Perón y el gobernador no tienen otra opción que pasar el mal trago y tolerar el improvisado discurso del gremialista. Perón trata de desacreditar y aislar a los laboristas. La Policía sigue de cerca sus movimientos e impide sus actos. En al- gunas ocasiones, se recurre a miembros de una agrupación nacionalista de dere- cha, la Alianza Libertadora Nacionalista, para abuchearlos e impedir que hablen en público. Esta misma organización pa- raestatal es luego responsable de asesi- natos de militantes laboristas. En 1946 la CGT debe elegir nuevas auto- ridades. Perón ve la oportunidad de colo- car un hombre de su entorno e impulsa la candidatura de Ángel Borlenghi. Pero Borlenghi pierde la partida. En su lugar, Luis Gay es elegido secretario general de la CGT. Los laboristas son un hueso duro de roer. Perón, traga orgullo e intenta de nuevo con la persuasión. Felicita a Luis Gay y le ofrece un equipo de asesores que escribi- rían sus declaraciones y le indicarían las medidas a tomar. Cortés, pero valiente, Gay le responde que debía dejar el mane- jo de la CGT a los hombres con experien- cia en el mundo sindical. Ellos sabrían orientar el movimiento obrero. En paralelo, se disputa la dirección del movimiento político. Perón decreta la di- solución de los tres partidos que habían apoyado su candidatura y la creación de un nuevo partido unificado. Este es el origen del partido peronista. Los otros partidos aceptan, no así el laborismo. Formalmente, Perón no tiene autoridad para disolverlo. Pero, no es hombre de fijarse en ese tipo de minucias legales. Muchos laboristas ceden ante el hecho consumado. Al final, solo Cipriano Reyes intenta sostener el laborismo como par- tido independiente. El asunto se hubiera resuelto con facilidad si hubieran teni- do éxito los intentos de asesinarlo. Pero Reyes sobrevive y se transforma en una espina en el zapato del presidente. En 1948 cuando ya había caducado su man- dato como legislador, Reyes es acusado
Solveyra Casares, que dirigía una oficina de la SIDE, la División de Investigaciones Políticas, es ascendido: su división se independiza de la SIDE y obtiene así su propio servicio de inteligencia. Consigue una oficina en Casa Rosada al lado del despacho del presidente, con quien se entrevista regularmente. En cambio, las telefonistas, tras las torturas son difama- das por la prensa y cesanteadas. El mismo año fue secuestrado y asesina- do en Tucumán Carlos Antonio Aguirre. Aguirre, un militante del Partido Comunista intentaba impulsar una huel- ga general provincial en solidaridad con los trabajadores del azúcar. Fue detenido ilegalmente por la Policía, y torturado hasta su muerte. Como luego sería co- mún durante el Proceso Militar, la Policía negó haberlo detenido y descartó su cuerpo, transformándolo por un tiempo en un desaparecido. Pero su cuerpo fue hallado y se desmanteló la mentira que la Policía y el gobierno habían tejido. Hubo un juicio, pero solo se castigó a los res- ponsables directos (quienes solo recibie- ron prisión en suspenso). Sensibilizado por este hecho, Antonio Berni pinta “El obrero muerto” y “El obrero herido” en
Tanto la huelga del azúcar como la de las telefonistas son doblegadas. En am- bos casos, tras descabezar la huelga y reprimir violentamente el movimiento, Perón concede en forma unilateral par- te de las demandas. Entre 1949 y 1950, también los obreros frigoríficos, gráfi- cos y ferroviarios sufren importantes derrotas. Estos fracasos, y la fuerte re- presión estatal actúan como un podero- so disuasivo para otros sindicatos. ¿Qué podían esperar los gremios chicos tras la derrota de los más grandes? El riesgo de intervención del sindicato, detención y tortura de sus dirigentes hacen que cual- quiera piense dos veces antes de iniciar una huelga. Además, tampoco la econo- mía ayuda y los trabajadores temen por su empleo. Desde 1949 cae el número de huelgas y se incrementa la disciplina la- boral. La actividad gremial también baja: menos gente asiste a reuniones sindica- les. Cae la participación y la burocracia se consolida. Con una inflación alta, en 1950 Perón or- dena que los nuevos convenios se firmen por dos años, sin indexación ni cláusula gatillo. Los obreros deben arreglarse has- ta 1952 con los salarios de 1950. Cuando se está por vencer el plazo, el presiden- te corre de nuevo el arco: decreta un pequeño aumento y posterga cualquier negociación salarial hasta 1954. Para ese entonces la inflación devora toda mejora salarial que los obreros habían obtenido en los primeros años del peronismo. Los buenos salarios peronistas, aquellos de 1946 a 1948, duraron mucho en la memo- ria, pero poco en la realidad.
En 1954 la cosa no da para más. Las pa- ritarias no se pueden seguir aplazando. Finalmente se habilita la renegociación de convenios colectivos. Los obreros pi- den un 40% de aumento salarial para recuperar el poder adquisitivo perdido a lo largo de 4 años. Los empresarios, ava- lados por el gobierno, ofrecen solo un 5 por ciento. Plantean que un aumento mayor debe estar sujeto a acuerdos de productividad. Una nueva legislación restringe la posi- bilidad de recurrir a medidas de fuerza mientras se discuten convenios. Por ello, muchos gremios evitan las huelgas y de- claran, en cambio, trabajo a desgano. Es una formalidad para evitar violar la ley. En la mayoría de las fábricas donde se trabaja a reglamento la producción es cercana a cero. La mayoría de los gre- mios firman por un aumento de entre el 15 y el 18%. Esto es menos de la mitad de lo que pedían, pero más de lo que ofre- cían inicialmente los empresarios. Sin embargo, en la mayoría de los casos para conseguir esos aumentos, modifican los convenios en forma favorable a la patro- nal. Es un primer avance de la flexibili- dad laboral. La patronal metalúrgica, y de las indus- trias del tabaco y el caucho, se muestran más intransigentes y no hay acuerdo. La CGT interviene los sindicatos de la in- dustria del tabaco y del caucho clausu- rando esos conflictos. En metalúrgicos, los trabajadores rechazan el convenio firmado por sus dirigentes y prosiguen la huelga. Para derrotarla el gobierno di- suelve violentamente una movilización, militariza las fábricas y detiene cerca de 400 obreros. Quedan “a disposición del poder ejecutivo”. Bajo esta figura legal, el gobierno mantiene presos a los oposi- tores políticos sin ni siquiera levantarles cargos. A otros, los que eran extranjeros, les aplica la Ley de Residencia (la misma que usaban los gobiernos conservadores para expulsar del país a los anarquistas).
Después de los años iniciales de auge, no solo los salarios retroceden, sino que también empeoran las condiciones labo- rales. Un caso especial es el de los obre- ros rurales. Muy pronto, desde 1947, el peronismo dicta normas que restringen su margen de acción. Salarios y condicio- nes de trabajo son fijados cada año por la Comisión Nacional de Trabajo Rural. No se permiten huelgas. Ante cualquier con- flicto, la patronal convoca a la Comisión y esta envía un funcionario que cita a los obreros a la comisaría del pueblo. Allí los amenaza: si no acatan sus órdenes, les clausuran el sindicato. Pese a la gran propaganda peronista, el Estatuto del Peón Rural, nunca fue gran cosa. Por ejemplo, no ponía ningún lími- te a la jornada de trabajo. Pero, en 1949, una reglamentación del estatuto plantea como pauta la jornada de sol a sol, per- mitiendo extenderla todavía más de ser “necesario”. Esta reglamentación tam- bién recorta las prestaciones médicas a cargo del patrón. A partir de 1949, este deterioro de las condiciones laborales alcanza también a los trabajadores urbanos. Lo sufren con mayor fuerza las ramas más afectadas por la crisis como frigoríficos, panade- ros y textiles. En el segundo gobierno peronista el empresariado busca genera- lizar estas nuevas condiciones laborales. El gobierno también: el Segundo Plan Quinquenal fija como meta la racionali- zación y el aumento de la productividad. En ese momento la Argentina no tiene recursos para importar maquinaria. ¿Cómo aumentar entonces la producti- vidad si no es con una mayor exigencia
negaron a difundirla). Perón hace un gi- gantesco esfuerzo y no gana nada, salvo el disgusto y la desconfianza de ambas partes. Los empresarios comprenden que Perón ya no es capaz de imponer su voluntad a los sindicatos. Desde su perspectiva, esto es un motivo más para forzar un cambio de gobierno. A su vez, Perón comprende que si quiere llevar a la práctica su plan debe enfrentarse con los sindicatos y asumir el costo político. Este balance pe- sará mucho cuando, frente al golpe mi- litar de septiembre, el presidente deba decidir si irse o quedarse.
El peronismo surge en un periodo muy particular. La Argentina se encuentra bastante aislada. La Segunda Guerra Mundial (1939-1944) quiebra el mer- cado mundial. La Argentina no puede comprar maquinarias ni insumos a sus proveedores habituales. En la posgue- rra la mayoría de los países, devastados, no pueden exportar maquinaria porque concentran sus esfuerzos en reconstruir su propia economía. En este escenario, la Argentina parece ocupar un lugar en el mercado mundial mucho más impor- tante del que nunca había tenido. ¡Hasta por un breve plazo llega a exportar pro- ductos industriales a Estados Unidos! Pero esto no se debe a sus méritos, sino a que, por el momento, la competencia ha desaparecido. Pero, una vez que la gue- rra termina, y que los países normalizan su economía, estos vuelven a ocupar su lugar en el concierto mundial, relegando de nuevo a la Argentina. Las ilusiones de Argentina potencia de los años ‘40 son como la euforia de niños de cuarto grado que, por unos días, se creen los dueños del colegio, mientras los mayores salen de excursión. Pero, cuando los de sépti- mo regresan, cada uno ocupa su lugar en el patio escolar. El peronismo no transformó la estructura económica de la Argentina. En un primer momento intentó obtener recursos de las exportaciones agrarias para financiar una mayor industrialización. Un organis- mo estatal, el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), es el vehículo de ese proyecto. La idea ori- ginal era que el IAPI comprara la carne y los cereales al empresariado rural y los vendiera al extranjero, quedándose con la diferencia. Se esperaba que estos recursos sirvieran para financiar la in- dustria y subsidiar la política social. Así como el kirchnerismo vivió mientras pudo de las retenciones a la soja, Perón intentó vivir del IAPI, es decir del agro. Por poco tiempo este proyecto parece funcionar. En 1946 y 1947 el IAPI obtie- ne buenos precios en el exterior. Pero, en realidad, ya hay problemas: las ven- tas no son en efectivo sino a crédito. Esos créditos no se cobran en tiempo y forma. Tardamos décadas en cobrarle a España el trigo entregado en 1946. Lo que pare- ce en principio un buen negocio termina siendo un desastre. La situación empeora a partir de 1947 con el lanzamiento del Plan Marshall. Estados Unidos crea el Plan Marshall para apoyar a los países europeos en la posguerra. Pero, como nada es gratis, para recibir este dinero, los países europeos deben comprar los cereales a Estados Unidos. De este modo, Estados Unidos se queda con los mercados de cereal, que antes le compraban a la Argentina. Los ingresos argentinos asociados a las exportaciones rurales caen en picada. ¿De dónde sale entonces el dinero para los gastos estatales? El gobierno peronista
patea la pelota para delante: crea deuda pública y emite moneda. Por las dos vías genera inflación. También usa los fondos previsionales. El sistema jubilatorio está recién creado, tiene muchos aportantes y pocos jubilados. Sobra dinero en las cajas jubilatorias. Perón usa ese superá- vit, total pasarían décadas hasta que se sintieran las consecuencias. En síntesis, el gobierno se financió con deuda, infla- ción y robándole a los jubilados. Alguien podría decir que el esfuerzo va- lió la pena, si sirvió para hacer avanzar a la Argentina. Ese no fue el caso. Ese dinero fue a la basura. Se desperdició sosteniendo una industria ineficiente. Por un lado, un montón de pequeñas empresas que producían caro y de mala calidad vivieron mientras pudieron de los créditos y beneficios estatales. Por otro lado, hasta las empresas estatales, propagandizadas como grandes logros del peronismo, eran un desastre. Por ejemplo, IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), la joya de la eco- nomía nacional y supuesto baluarte de la independencia económica argentina, era una improvisada fábrica de autos que nunca despegó. Funcionaba tan mal que el propio Perón la privatizó a inicios de
Con el IAPI se nacionaliza el comer- cio exterior. El estado compra y vende los bienes agrarios y, a la vez, gestiona las principales importaciones. De to- das formas, las empresas tradicionales, como Bunge & Born no desaparecen, porque el IAPI les concesiona muchas de las operaciones. También la banca y muchos servicios públicos son naciona- lizados. El peronismo ha presentado es- tas nacionalizaciones como un acto de
En esta etapa la industria argentina cre- ce en cantidad, pero no en calidad. Es más, en muchas ramas hasta retrocede. Cuando Perón llega al poder ya hay una industria de larga data que no le debe nada. En cambio, desconfía. Lo prime- ro que alienta esa desconfianza es el rol de bombero pirómano que juga Perón: promete controlar a los obreros, pero aparenta excitar sus ánimos. En segun- do lugar, no todas las industrias se be- nefician con el peronismo, algunas se ven perjudicadas. Las industrias nuevas crecen bajo el peronismo y lo apoyan. En cambio, algunas de las más antiguas son desfavorecidas: no pueden importar libremente, deben comprar insumos a nuevas empresas nacionales que los ven- den caros y de mala calidad. Además, te- men ser desplazadas por el nuevo empre- sariado peronista que obtiene todo tipo de ventajas. Por eso, la Unión Industrial Argentina (UIA) se enfrenta al gobierno y es clausurada. Perón prefiere negociar con los industriales a través de las distin- tas cámaras sectoriales (textil, metalúr- gica, etc.) En 1945, Perón es recibido con una silba- tina en la Exposición Rural de Palermo organizada por la Sociedad Rural Argentina. Pero, en 1946 concurre de nuevo y esta vez no vuela ni una mosca. ¿Qué ha cambiado? Muy simple: el go- bierno da marcha atrás con las medidas que habían enojado a la Sociedad Rural, empezando con el Estatuto del Peón Rural. En 1944 el Estatuto había fijado salarios mínimos para los trabajadores permanentes del campo. Ante las quejas, el gobierno deja esos salarios congelados por 5 años. Los sueldos que indignaban a los estancieros en 1944 resultan una ganga en 1949. El gobierno también re- glamenta el Estatuto del Peón Rural de modo favorable a los patrones. De este modo, Perón borra con el codo lo que es- cribe con la mano. Pero si usted, amable lector, googlea “estatuto del peón rural” encontrará por todos lados el texto de 1944, sin ninguna mención a sus modifi- caciones posteriores. Con la Federación Agraria Argentina, la relación tuvo también altibajos. Muchos pequeños y medianos empresarios agra- rios habían votado por el peronismo. Pero, luego se ven perjudicados por el IAPI. En el verano de 1947 organizan un paro agrario. Los chacareros de Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe se niegan a en- tregar cereales al IAPI si este no les paga mejor. El gobierno cede y aumenta los precios. Además, progresivamente les da un rol más importante a las coope- rativas agrarias en el comercio de gra- nos. Con esto gana el apoyo del sector: la Federación Agraria Argentina sigue defendiendo un balance positivo del go- bierno peronista aún después del golpe de 1955. Sin embargo, el apoyo más firme del pe- ronismo en el mundo empresario es la burguesía regional. Es decir, la burgue- sía asociada a las economías regionales, a las provincias del interior marginales. Algunos de los gobernadores peronis- tas provienen de este sector social. Por ejemplo, Cornejo Linares en Salta es due- ño de uno de los ingenios azucareros más grandes de la provincia. Representantes de la burguesía rural están a cargo de la gobernación también en provincias como Corrientes o Formosa. De la me- diana y pequeña burguesía regional sale el personal de la Confederación General Económica, la corporación empresaria que responderá al peronismo incluso en los tiempos de exilio. El peronismo sos- tiene por diversas vías estas economías regionales: mediante el IAPI subsidia las producciones comprando cosechas por
encima del precio de mercado. Los fe- rrocarriles estatales ofrecen transporte barato a sus mercancías. A estos se su- man créditos, transferencias directas de recursos y protección del mercado. Para armar una estructura nacional Perón se alió con las burguesías provinciales más reaccionarias, forjando una alianza que perdura hasta la actualidad.
La burguesía tradicional sigue al mando de las provincias. Esta burguesía, que emplea a la población de origen indíge- na como mano de obra barata, no está dispuesta a cambiar nada. El gobierno, que ya gasta demasiado para subsidiar las economías regionales, no quiere des- embolsar más dinero para mejorar la condición de estos trabajadores. Ellos están demasiado alejados del poder polí- tico como para ser tenidos en cuenta. Por eso, Perón controla con mano de hierro a los obreros rurales del interior profundo. Todas las actividades donde se emplea en forma masiva población indígena están bajo estricta vigilancia de la Policía y de la Gendarmería. La Gendarmería interviene en forma cotidiana en la represión dentro de los ingenios azucareros. También desde 1947, Guillermo Solveyra Casares (sí el gendarme de los 5 comunistas asesina- dos en Chaco, el mismo que ordenó la